La Tierra es joven y pasa por momentos violentos y dramáticos. Al tiempo que estabiliza su marcha alrededor del Sol se forma el núcleo del planeta y, en consecuencia, se genera el campo magnético, que va a jugar un papel importante en la evolución de la vida (de hecho, diversos animales como las palomas o los tiburones blancos son sensibles a él y lo usan para desplazarse). El manto terrestre, la capa fluida que se encuentra entre el núcleo y la corteza, también se va asentado. Aparece un movimiento de convección: las rocas frías se hunden en el manto mientras que las calientes, menos densas, ascienden. Del mismo modo, las partes más frías de la corteza terrestre son arrastradas hacia el manto superior más cálido, que daña y debilita la corteza circundante. El proceso se repite una y otra vez, hasta que las áreas más débiles de la corteza acaban formando los límites de las placas. Al final, hace 3.000 millones de años, apareció el sistema de placas tectónicas que hoy conocemos.
Hace 4.300 millones de años